La mayor parte de los que tienen ideas suicidas están, además, deprimidos. Los dos principales motivos por los que una persona se deprime son, en primer lugar, la pérdida del control sobre su situación vital y sus emociones y, en segundo lugar, la pérdida de toda visión positiva del futuro (desesperación). Ante la depresión y las ideas suicidas que de ella derivan sólo puede resultar eficaz una terapia que nos ayude a recuperar el control y la esperanza.
La depresión hace que nuestra visión del mundo circundante se estreche hasta tal punto que llegamos a distorsionar la realidad. Nos fijamos únicamente en los aspectos negativos de la vida, y los positivos los pasamos de largo como si no tuvieran importancia alguna o, sencillamente, no existieran. Rechazamos por estúpidas todas las opciones que se nos ofrecen para resolver nuestro problema, hasta que parece que no hay solución posible. Se nos echa encima una tristeza persistente y angustiosa que, como la muerte súbita del padre o de la madre, nos produce un dolor que dura semanas, meses e incluso años. Es como si estuviéramos atrapados en una oscura caverna sin salida, o quizás en un túnel que empieza en un dolor constante y llega hasta los mismísimos infiernos, sin posibles salidas ni hacia el cielo ni hacia la felicidad. Empezamos a creer que nada nos puede aliviar y que nuestro dolor no va a acabarse nunca. Y mañana igual, o aún peor. ¡Puede que la única solución sea la muerte!
El suicidio no soluciona nada, lo único que hace es adelantar el final sin haber encontrado la solución. No se puede decir que el suicidio sea una opción, ya que "opción" quiere decir "posibilidad de optar o elegir", y el suicido nos arrebata para siempre lo uno y lo otro. La muerte es un acontecimiento irreversible que, no sólo no elimina el dolor, sino que lo transmite a quienes nos rodean. También transmiten su dolor las personas que viven en la más absoluta soledad y se quitan la vida. Se lo transmiten a aquellos miembros de la sociedad a quienes les importa y les procupa. Por ejemplo... ¡a nosotros mismos!
Mucha gente tiene ideas suicidas a lo largo de la vida. No hay ninguna clase o tipo específico de persona que pueda tener la seguridad de no albergar jamás pensamientos suicidas.
LOS DESENCADENANTES DEL SUICIDIO
Toda vez que una persona está deprimida y con pensamientos suicidas, hay una serie de factores o sucesos desencadenantes que pueden empujarle aún más cerca del suicidio. El reconocimiento de los factores y sucesos vitales desencadenantes de renovadas ansias suicidas puede ayudar al deprimido a entender lo que le ocurre y permitirle controlar mejor sus emociones.
1. LA TERAPIA: SU PRINCIPIO. MÁS ALLÁ DE LA TERAPIA
Las estadísticas de suicidios son especialmente altas entre los pacientes que están empezando una terapia. Al comenzar una terapia, los propios síntomas de la depresión nos llevan a pensar cosas como "esto no va funcionar" o "para qué me meto en este lío si lo mío no tiene arreglo". Además de estos pensamientos puede ocurrir que el paciente y el terapeuta no conecten o no "encajen", por así decirlo (lo cual es perfectamente explicable si se tiene en cuenta que hasta entonces habían sido dos perfectos desconocidos). El creer que una terapia no va a dar resultado, especialmente si no es la primera, tiene consecuencias devastadoras. Podemos pensar que si la terapia falla, nunca nos veremos libres de este dolor, y que no tiene ningún sentido seguir intentándolo.
¡ESTO ES IMPORTANTÍSIMO! Es especialmente trágico que, tras haber seguido un tratamiento terapéutico y haber experimentado una mejoría apreciable, el paciente se suicide. ¡Y sin embargo ocurre! La depresión es un fenómeno intermitente, es decir, puede aparecer y desparecer sin previo aviso, a veces en cuestión de instantes. Al deprimido que se siente eufórico y, por fin, puede imaginarse un futuro sin depresión, cualquier contratiempo le provocará automáticamente una huida hacia la respuesta condicionada: las ideas de suicidio. Al pensar que vuelve de nuevo el intenso dolor de la depresión, nos hundimos, con lo que se refuerza el impulso suicida. Los desencadenantes de este nuevo episodio suelen ser los mismos que influyeron en la primera depresión. Después de la terapia hay cosas que pueden desencadenar de nuevo los impulsos suicidas: por ejemplo el verse de nuevo expuesto a malos tratos familiares, tener que aguantar a un jefe mezquino, sentirse incapaz de vencer una adicción, tener una imagen inadecuada de uno mismo, los problemas financieros, etc...
Sin embargo, ¡hay un lado positivo en todo esto! Los impulsos suicidas no tienen por qué arrojarte de nuevo al infierno de la depresión. Tampoco implican necesariamente que la terapia haya ido mal, o que haya que volver a empezar desde el principio. Saber reconocer los acontecimientos vitales que desencadenan estos nuevos impulsos suicidas puede ayudar a comprenderlos en cuanto aparecen y a tener la certeza de que es posible eliminarlos. El pánico que produce la reaparición de los pensamientos de muerte y suicidio durará muy poco si no se les permite adueñarse de la mente. Hay que acudir al médico, a un amigo o a algún centro de apoyo y ayuda; el caso es hablar con alguien y contarle lo que ocurre. Lo único que necesita el enfermo en esta fase de la enfermedad es tiempo. Sin duda alguna los pensamientos negros desaparecerán en cosa de dos días, ¡o menos!
2. LAS VACACIONES
Cuando los impulsos suicidas se han convertido en la única respuesta condicionada ante el estrés y los contratiempos, puede ocurrir que el encontrarse con determinadas personas o frente a determinados acontecimientos provoque un retorno a la depresión y a las consiguientes ideas de suicidio. Durante las vacaciones, por ejemplo las Navidades, los Carnavales, la Semana Santa, o el Día de Acción de Gracias (según las culturas), es normal volver la vista atrás y recordar todas las penas de nuestra vida. El hecho de ver disfrutar a los demás puede hacernos pensar que estamos excluidos de la alegría y que ya nunca más podremos pasárnoslo bien. La reacción ante la alegría ajena en períodos festivos es, normalmente, buscar un refugio donde escondernos o, sencillamente, enfadarnos. Lejos del barullo, buscamos escondernos en un cuarto entreteniendo a un niño pequeño, o quizás nos escabullimos de la fiesta con la excusa de tener que arreglar algo en el jardín de la casa o donde sea; la cuestión es esconderse y que no nos vean, para así evitar conversaciones que nos hagan recordar el dolor y la pena. Hay que evitar cosas como que la "tía Carmen" (o cualquier otro, incluso un desconocido), se acerque solícita a preguntarnos si por fin tenemos trabajo, o si ya se han acabado los trámites del divorcio... o cualquier otra cosa que así, de sopetón, nos arroje de nuevo a la tristeza y al dolor de la depresión, y a pensar en el suicidio. O a lo mejor resulta que un pariente comprensivo viene a preguntarnos con todo su cariño: "Pero hombre, ¿qué es lo que te pasa?"; y se esfuerce en alegrarnos y sacarnos del caparazón, y claro, si le contestamos con un exabrupto siempre habrá alguien que diga o piense: "Éste (o ésta) siempre anda haciendo daño a los que le quieren". Es una pena, pero vamos por ahí contagiando la depresión a los demás.
3. LOS ENEMIGOS
En nuestra vida hay auténticos enemigos (el jefe que nos agobia, el cónyuge o pareja desconsiderado, o ese tío pesado que no deja de darnos la tabarra), que en ocasiones pueden dar pie, de nuevo, a las ideas suicidas. Además, cuando alguien conoce a un deprimido por primera vez, es fácil que se dé cuenta de su estado o, de una u otra manera, lo adivine. A lo mejor se trata de un proceso subconsciente mediante el cual percibe una serie de señales, tales como la postura que adoptamos, los gestos faciales, la actitud general... que le llevan a una reacción brusca y violenta, absolutamente inexplicable e improcedente dadas las circunstancias del momento. Este tratamiento injusto deja al deprimido totalmente perplejo y, seguramente, pensando cosas como "qué injusto es el mundo" o "menudo asco de vida". Otros, compasivos, sienten lástima del deprimido y, al no saber expresarla adecuadamente, se comportan de manera inapropiada y provocan situaciones embarazosas. Y, por último, nunca falta el que anda por ahí buscando gente con la moral baja para aprovecharse de ellos y mostrar una superioridad que satisfaga a su maltrecho ego. ¡Ánimo!, a medida que la depresión va desapareciendo, también desaparecen las reacciones de este tipo, ¡por completo!
4. FENÓMENOS NATURALES
La influencia de los fenómenos naturales sobre el ánimo del deprimido es extremadamente importante, sobretodo cuando la depresión empieza a remitir. Los frentes fríos de avance rápido, la luna llena y la luna nueva, los cambios estacionales y la escasez de horas de Sol en invierno, producen en el deprimido un estado de ansiedad. El riesgo es aún mayor cuando se da el avance rápido de un frente frío dos días antes de la luna llena. Esto no es ninguna tontería, ni mucho menos una superstición de la que no hay que hacer ni caso. Hollywood ha conseguido que nos tomemos a risa eso de la influencia de la luna sobre la mente. Cuando hablo de esto con gente que no lo ha experimentado en sus propias carnes, al momento se les dibuja una sonrisa burlona en la cara y ya da igual todo lo que diga yo a continuación, como si fuera un idiota que no sabe lo que dice. Lo cierto es que la depresión nos retrotrae a un estado emocional más simple y primitivo. Las emociones son más primarias y por eso somos más sensibles a los cambios producidos en el entorno natural o en el propio cuerpo. Se pueden prever los períodos de mayor riesgo en las fases bajas de los ciclos biológicos (por ejemplo durante el ciclo menstrual de una mujer; sin olvidar que los hombres también están sometidos a los altibajos de un ciclo emocional mensual).
Nadie ha encontrado hasta ahora una correlación estadística entre el número de suicidios y la luna llena, por la sencilla razón de que la luna llena no causa ningún suicidio. Lo que hace la luna llena, como los demás fenómenos naturales antes referidos, es producir un estado de mayor ansiedad que agudiza los síntomas depresivos y que, como consecuencia, incrementa el impulso suicida. El riesgo de que alguien se suicide, o lo intente, es mayor durante la semana inmediatamente posterior a la luna llena, a medida que la depresión exacerbada y los consiguientes pensamientos suicidas empiezan a cobrarse sus víctimas.
Es decir, a veces, la explicación de persistentes pensamientos suicidas, fases maníacas que rozan el puro pánico (y que de nuevo nos lanzan al abismo de la depresión), o el empeoramiento de una depresión... se encuentra en uno de esos calendarios que, junto con los días, indican las fases lunares. Naturalmente, el conocer la causa de este retroceso no lo impide, pero por lo menos nos queda el consuelo de entender lo que pasa y de saber que desaparecerá en un par de días, o incluso menos, ¡y así ocurre!
5. LAS ADICCIONES
La nicotina, la cafeína, el alcohol, las drogas ilegales, el abuso obsesivo de la comida, así como algunos medicamentos... ejercen una influencia perniciosa sobre el deprimido. Es muy corriente creer que en cuanto se domine la adicción, terminará la depresión. Esto puede ser cierto en algunas ocasiones, pero ¿y si los esfuerzos por vencer la adicción son en vano?; efectivamente, el fracaso puede hacernos empeorar e imposibilitar, no ya vencer la adicción, sino que ni siquiera lo intentemos. Lo cierto es que la depresión y la adicción son fenómenos distintos y perfectamente separables. Una vez dominada la depresión será más fácil intentar controlar la adicción, sea cual sea, desde una posición de fuerza y no de debilidad depresiva.
6. FANTASÍAS DE MUERTE
Hay gente que, cuando las cosas vienen mal dadas y no pueden soportar más el estrés y el dolor causado por una situación traumática, se consuelan imaginándose que están muertos. La fantasía puede empezar con la imagen de la propia familia y amigos, alrededor de la tumba, llorando desconsoladamente y lamentándose. La multitud de gente que acude al funeral es una buena prueba de cuánto nos querían y admiraban. El precio ha sido alto: la propia vida; pero por fin pueden comprender lo mal que nos ha tratado este mundo, por fin nos toman en serio y se dan cuenta de que nuestra tremenda pena era real y no simulada. Esta fantasía puede presentarse en otra variante: que hemos fingido suicidarnos y nuestros seres queridos están en el hospital, alrededor de la cama, y por fin se enteran de lo insoportable que nos resultaba la pena de vivir.
Los más peligroso es que si uno se acostumbra a fantasear sobre la propia muerte, como mecanismo de escapatoria ante la pena de vivir, la fantasía puede llegar a adquirir el carácter de respuesta condicionada en períodos de crisis o de un mayor estrés. La muerte puede convertirse en un pensamiento reconfortante, hasta tal punto que el temor a la vida llegue a parecernos más horrible que el temor a la muerte.
LA VISIÓN DEL FUTURO
La parte consciente de la mente humana es, sobre la faz de la tierra, la única entidad capaz de abstraer el futuro y formarse un concepto del mismo. Una de las principales fuentes de motivación en la vida humana es, precisamente, la necesidad real de formarnos una idea positiva del futuro. Esta idea del futuro es la que nos hace levantarnos cada mañana y enfrentarnos al nuevo día. En la adversidad y cuando nos vemos atenazados por la rutina, sacamos fuerzas de flaqueza para resistir y aguantar, pensando que quizás más adelante las cosas vayan mejor. La anticipación del futuro es lo que predispone al organismo para el acto sexual, es lo que nos mueve a amasar dinero y poder, a comprar un número de lotería o a fijarnos metas y aspirar a una vida mejor. Todos necesitamos ilusiones: en cuanto perdemos las esperanzas de que el futuro nos guarde nada positivo, en cuanto desesperamos de que el dolor que sentimos jamás llegue a alcanzar consuelo, entonces, por regla general, caemos en la depresión.
CONCLUSIÓN
El que llega a comprender lo que le está pasando ha dado un paso de gigante para recuperar el control sobre su vida y sus emociones. Pero la curación definitiva es imposible mientras dure la depresión. Lo que recomiendo encarecidamente a quienes padecen una depresión y tienen ideas de suicidio es que busquen ayuda. Hoy en día existen una serie de fármacos bastante efectivos contra la depresión; por otra parte es muy necesario el tratamiento terapéutico para comprender lo que nos ocurre y poder así vivir la vida controlando las emociones.
Stephen L. Bernhardt